Mirándome al espejo, con aquella sensación extraña aun poblando mi vientre… sintiendo correr por mí aquella tibieza, me miro; sabiendo que ya nada será lo mismo después de probar tu dulzura, de saborear tu calidez y disfrutar tu fuerza sobre mi cuerpo.
Ocurrió aquel instante, había ya pasado algún tiempo desde que tu mano tomó la mía con aquella dulzura casi mágica, esa tarde  tomaste tus anteojos con determinación, colocándolos a tu costado derecho tal vez previniendo la tormenta que se avecinaba… Sucedió aquel momento en que tu cuerpo se acercó al mío, sentí tu mirada que causó temor en mi alma de niña,  pero una imperiosa necesidad de sentirte junto a mi en aquel cuerpo de mujer, comenzaste despacio con un beso al filo de mi boca, tibio, apenas perceptible por los sentidos, acariciando poco a poco mi espalda, sentí recorrer mi piel por tus manos, tus manos suaves y a la vez rudas, llenas de pasión. Lentamente recorrías cada una de mis vertebras dibujando debajo de tus dedos la silueta de mis entrañas, como si conocieras de memoria aquel camino, sin detenerte ni un instante, sin titubear; la luz de aquel sol agonizante se escurría por las paredes de tu habitación.

Sentirte respirar el mismo aire, hacía que mis manos torpes y temerosas buscaran tu refugio, ahora podía sentir tu esencia acercarse a mi, tu sombra se dibujaba entre las tinieblas que envolvían tu cuarto, besando cada vez más profundo y sustancialmente tus labios.

Dueña de ti, te mire a los ojos, aquellos que un día me cautivaron, en los que tantas veces me vi reflejada y que por momentos evitaba al sentirme tan indefensa, pues los míos…  que siempre me han delatado,  auguraban que pronto caería en las redes de lo que algunos osan llamar amor, unos ojos que cansados cerraban sus parpados apenas unos instantes, y volvían a su trabajo con aquella magia que era imposible no quedar prendada de su luz.

Secuestrando a mí atención mire tu cara, dos entes frente a frente sin pronunciar palabras, pero diciendo todo con cada respiración, con cada fulgor de luz reflejada en aquellos ojos que se volvían inmortales. Aquella oscuridad nos regalaba la intimidad necesaria para la introspección, apenas volviendo a la vida después de una muerte placentera te escuché pronunciar   aquella palabra que sin saberlo me regaló un pedazo de cielo… un “te amo”, dulce, mágico, tierno… inmortal.
Fue cuando pude darme cuenta de lo que pasaría y supe que ya no habría marcha atrás… ahora frente a mi reflejo, te dedico estas líneas sabiendo que aunque siempre te voy a amar, algún día tú me vas a olvidar.

Tu amada

Damos las gracias a esa amada desconocida por esa romántica carta a su amor.