No recuerdo apenas tu nombre, ninguno de tus gestos ni cada centímetro de tu cuerpo.
Olvidé en alguna esquina, sin compañía, el calor de tu pecho en las largas y frías noches
de invierno, el olor de tu pelo negro enredado entre cualquiera de mis dedos y también
el celeste sabor etéreo que dejaba el mar de tus labios aun minutos después de la última
jumera de tus besos. Borré y rompí todas las fotos que nos hicimos cuando teníamos

ojos sólo el uno para el otro y relegué de mi memoria las remembranzas que había
detrás de esas imágenes erigidas en amor.
Eliminé hasta la más nimia huella de tu paso por mi vida. Los discos que olvidaste, el
poemario de aliteraciones que te escribí para nuestro primer aniversario y los libros
encuadernados que me compraste para cada uno de mis cumpleaños, estarán en algún
nigérrimo lugar convertidos en poco más que en retazos de ceniza.
Si te veo ya no siento absolutamente nada por dentro; si una de tus rosadas mejillas roza
alguna de las mías durante los dos besos de rutina, ya ni siquiera tiemblo. No te miro de
reojo cuando sé que no me ves, no siento celos de nadie que se te acerque; tampoco te
echo en falta en la triste soledad de mi cuarto y mucho menos me da miedo que un
nuevo protagonista ocupe el sitio que hasta hace poco solamente a mí me pertenecía.

Tengo que confesarte que esta retahíla tan sólo es un atrabiliario conjunto de mentiras.
Intenta leer la primera letra de cada línea. Descubrirás así la única verdad.

Gracias a Blanca Cid por enviarnosla y por compartir su amor

Sinceridad